¿Estamos realmente construyendo infraestructuras capaces de resistir catástrofes climáticas o solo estamos navegando hacia un desastre anunciado? Cada año, eventos climáticos extremos —que han aumentado significativamente en frecuencia e intensidad en las últimas décadas— dejan a su paso miles de millones en daños. Por ejemplo, durante los terremotos recientes en Turquía y Siria en 2023, se evidenció que hasta un 70% de la infraestructura colapsó por errores en diseño y materiales no adecuados a estas condiciones extremas. ¿Cuánto más tenemos que esperar para que el diseño de nuestras infraestructuras deje de ser un experimento costoso y pase a ser una prioridad de supervivencia?
No basta con «resistir»; las infraestructuras del futuro deben **adaptarse y recuperarse rápidamente** para minimizar pérdidas humanas y económicas. Sin embargo, a pesar de que el 0.49% del PIB colombiano se pierde anualmente por daños en infraestructura ligados a eventos climáticos, muchas inversiones aún se enfocan en satisfacer códigos obsoletos diseñados para un clima que ya no existe[2]. ¿Estamos sufriendo de miopía técnica o intereses económicos que sacrifican nuestra seguridad a corto plazo?
El diseño resiliente no es solo una cuestión de buenos materiales (concreto resistente o acero reforzado, por ejemplo), sino de innovación real: sensores en tiempo real, inteligencia artificial y big data para anticipar y mitigar riesgos antes de que las catástrofes golpeen[1][5]. Pero, ¿por qué esta tecnología puntera no es la norma sino la excepción?
Y aquí la pregunta que incomoda: ¿cuántas muertes y destrucción era posible evitar con infraestructuras preparadas para el cambio climático irreversible? En la Comunitat Valenciana, la creciente presencia de fenómenos como las DANAs ya provocan estragos porque la planificación urbana y rural no ha asumido la crisis climática como el monstruo que es[3].
¿Nos seguiremos engañando creyendo que la geoingeniería y falsas soluciones como el mercado de carbono salvarán el planeta, mientras dejamos que nuestra infraestructura siga siendo un castillo de naipes ante terremotos, huracanes o inundaciones[4]? El tiempo para seguir construyendo al ritmo del pasado terminó. Si no debatimos urgentemente cómo adaptar nuestras ciudades, carreteras y redes de transporte a esta nueva realidad, estaremos co-creando nuestro próximo Apocalipsis.
¿Están las políticas y regulaciones a la altura o simplemente generan una ilusión de acción? ¿Quién pagará los costos inevitables si seguimos demorándonos? Generemos el debate: ¿qué debe cambiar ya para que el diseño de infraestructuras deje de ser una trampa mortal ante el cambio climático?
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Este post está pensado para cuestionar la complacencia, generar inquietud y debate en redes profesionales y sociales, utilizando estadísticas contundentes, ejemplos recientes de terremotos devastadores y planteando preguntas retóricas que invitan a la reflexión y participación.
En el diseño de puentes, viaductos u otro tipo de estructuras viales en Chile, se diseña utilizando la norma AASHTO 1996, la que no tiene nada que ver con la 2002 que se refiere al método LRFD. Para determinar las cargas vivas, se emplea el camión HS20-44, el cual se presenta a continuación. Además, estas cargas deben ser amplificadas por los siguientes factores: 1. COEFICIENTE DE IMPACTO/CI (AASHTO 3.8) CI = 1 + 15.28/(Lc + 38.1) Donde Lc es la luz de cálculo en metros, y es definida en el punto 3.8.2.2 como sigue: a) Para calzadas de piso es la luz de cálculo. b) Para miembros transversales, como pisos de vigas, es la luz de cálculo de centro a centro de apoyo. c) Para el cálculo de momentos por camión, es la luz de cálculo y para voladizos(cantilevers) la longitud entre el momento máximo y el eje más lejano. d) Para el cálculo de corte por camión, es la longitud desde el punto cargado hasta el punto más lejano. Es decir, si deseo calcular el corte en el extremo, el CI ...
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